Esta decisión no implicaba ignorar sus diferencias, sino buscar un eje común, un proyecto integrador que permitiera a cada alumno aportar desde su nivel de conocimiento y habilidad.
Para lograrlo, encontré una herramienta fundamental en la deconstrucción. Tomaba el Proceso de Desarrollo de Aprendizaje (PDA) que debía abordar y lo desglosaba hasta sus componentes más simples, casi atómicos. Este ejercicio de análisis me permitía ver el esqueleto del aprendizaje esperado y, a partir de ahí, construir actividades escalonadas que partían de lo más básico y aumentaban gradualmente en complejidad. Además, comprendí el valor incalculable del diálogo colaborativo. Las conversaciones con mis compañeros, el simple acto de compartir ideas, opiniones y frustraciones, se convirtieron en un espejo que me permitía reflexionar sobre cada actividad que diseñaba. Sus preguntas y perspectivas me obligaban a justificar mis decisiones y a pulir mis propuestas, transformando la planificación de un acto solitario y abrumador en un proceso de construcción social. El tener un diseño organizado, fruto de este proceso, fue clave para plasmar mis ideas con una cohesión y una intencionalidad que antes me parecían inalcanzables.
Una
vez superado el obstáculo inicial de la organización, me enfrenté a un nuevo
horizonte de desafíos: la implementación de metodologías activas. Mi plan de
trabajo contemplaba el uso del enfoque STEAM (Ciencia, Tecnología, Ingeniería,
Artes y Matemáticas), una metodología con la que nunca antes había trabajado.
Las complicaciones no tardaron en aparecer. La estructura por fases, la
integración de disciplinas y el enfoque en la resolución de problemas me
resultaban abstractos y difíciles de traducir en actividades concretas para mi
contexto.
Sin embargo, a medida que profundizaba en STEAM, comencé a relacionarla con otra metodología que me resultaba más familiar: el Aprendizaje Basado en Proyectos Comunitarios (ABPc). Fue un momento de claridad. Me di cuenta de que, en esencia, ambas metodologías compartían un alma común. Buscaban un aprendizaje contextualizado, promovían la indagación, el trabajo en equipo y la creación de un producto final con un propósito real. La principal diferencia, a mi parecer, radicaba en la nomenclatura de sus fases o momentos. Esta comprensión me permitió fusionar ambos enfoques, tomando la estructura del ABPc como andamiaje para integrar los elementos de STEAM de una manera más fluida y natural.
Decidí
unificar los campos formativos de Lenguajes y Saberes y Pensamiento Científico
en un solo gran proyecto. La problemática que elegí como catalizador fue una
observación directa de la dinámica grupal: la falta de trabajo en equipo entre
los alumnos. Para abordarla, encontré un recurso invaluable que la propia
escuela ofrecía: el huerto escolar. Este espacio se convirtió en el escenario
perfecto para que los estudiantes no solo aprendieran, sino que vivieran la
necesidad de la colaboración.
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