La experiencia en la escuela "Ricardo Flores Magón" trasciende la mera aplicación de técnicas y metodologías; se consolida como una profunda reflexión sobre el rol docente en formación y las dinámicas humanas que subyacen a todo acto educativo. Ser un practicante implica navegar en aguas complejas. Los alumnos, por un lado, tienden a mostrar un comportamiento diferente al que tienen con su maestro titular, una nueva dinámica que puede ser tanto una oportunidad como un desafío. Por otro lado, existe la posibilidad de que el docente titular, consciente o inconscientemente, perciba la presencia del practicante como una amenaza, lo que puede derivar en la imposición de obstáculos sutiles o directos. A esto se suma la limitación del tiempo: en una jornada corta, es difícil llegar a conocer la profundidad del saber de cada alumno, lo que conlleva el riesgo de aplicar actividades que no se ajustan óptimamente a su nivel, ya sea por ser demasiado fáciles o por aumentar innecesariamente su dificultad.
La
comparación entre mi práctica y la de otros docentes observados revela una
diferencia clave en el enfoque metodológico —la integración consciente de ABP y
STEAM frente a un modelo más tradicional— pero también una profunda congruencia
en la intención de atender a todos los estudiantes. Independientemente del
estilo, existía un reconocimiento compartido del valor del contexto, de los
lazos familiares entre los alumnos y de la necesidad de adaptar la enseñanza a
esa realidad particular.
En
retrospectiva, mi propia concepción de la evaluación ha experimentado una
metamorfosis. He transitado de un modelo que incluía herramientas no
formativas, a menudo por exigencia institucional o desconocimiento, hacia una
práctica que prioriza el proceso sobre el resultado, utilizando la evaluación
como una herramienta para el diálogo y el crecimiento. La implementación de ABP
y STEAM, aunque desafiante al principio, demostró ser un éxito rotundo. El
entusiasmo y la participación activa de los estudiantes fueron el testimonio
más elocuente del impacto positivo de estas metodologías, que fomentan la
colaboración, la creatividad y el pensamiento crítico. La constatación de la
similitud estructural entre ambas facilitó enormemente el diseño y la
planificación, dotándome de mayor agilidad y confianza.
En
conclusión, las estrategias desarrolladas durante esta jornada se
caracterizaron por su profunda contextualización a la realidad rural, la
promoción incansable del aprendizaje colaborativo y la utilización creativa de
los recursos disponibles. La práctica pedagógica no es una fórmula estática,
sino un campo de acción dinámico en perpetua construcción. La transición de
enfoques tradicionales a metodologías activas, impulsada por la flexibilidad y
la conexión con el entorno, enriquece la experiencia de aprendizaje del alumno
y redefine el rol del docente. El desafío persistente reside en seguir
tendiendo puentes entre la teoría y la práctica, entre la tradición y la
innovación, para que cada aula, sin importar cuán modesta sea en recursos, se
convierta en un vibrante espacio de auténtico descubrimiento y crecimiento
humano.
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