Se trata de confiar más en el proceso y en la capacidad de los alumnos para navegarlo, incluso si eso implica momentos de incertidumbre o aparente desorden.

El contexto de una escuela multigrado rural impone una realidad ineludible: la escasez de recursos tecnológicos y materiales didácticos convencionales. Esta limitación, que inicialmente percibí como un gran obstáculo, se transformó en un catalizador para la creatividad y la recursividad. Me vi forzado a abandonar la dependencia de proyectores, tabletas o software educativo y a formularme una pregunta fundamental: ¿cómo puedo captar la atención de mis alumnos y generar aprendizajes significativos con lo que me rodea?

La respuesta estaba en el entorno mismo y en la reinvención de los recursos más básicos. El material que más utilicé fueron las hojas impresas con lecturas de investigación. Dado que para los alumnos no era posible realizar búsquedas en internet u otras fuentes, estas hojas se convirtieron en su ventana al conocimiento. Diseñaba las actividades de tal manera que ellos debían leer, analizar, discutir y extraer la información más importante de cada tema, fomentando así la comprensión lectora y la capacidad de síntesis.

Sin embargo, sabía que el aprendizaje no podía basarse únicamente en la lectura. Para mantener la energía del grupo y fomentar la cohesión, el uso de dinámicas y juegos fue una constante. Para formar equipos, por ejemplo, utilizaba globos con nombres o retos dentro, o implementaba juegos de movimiento que rompían con la monotonía del trabajo en el pupitre. Cuando notaba que la atención decaía, una dinámica rápida o un juego corto servían para "resetear" al grupo y permitirles volver a la tarea con una energía renovada.

Incluso la tecnología encontró un lugar modesto pero significativo. En ocasiones, utilizaba una bocina portátil para reproducir audiocuentos o historias relacionadas con los temas que estábamos trabajando, especialmente en el campo de Lenguajes. Esta estrategia me permitía introducir la narración oral y trabajar la escucha activa de una manera diferente y atractiva para ellos.

Una de las actividades más memorables que ejemplifica este enfoque fue una "búsqueda del tesoro" que diseñé. Escondí siete paletas por el patio de la escuela, y para encontrarlas, los alumnos debían seguir una serie de pistas que, a su vez, estaban escondidas. Cada pista contenía un fragmento de texto o una pregunta relacionada con una lectura que habíamos trabajado. La emoción de los niños por encontrar su paleta era el motor, pero en el proceso, compartían las pistas, discutían las posibles respuestas y colaboraban para resolver el enigma. Fue una actividad lúdica, participativa y que, desde mi punto de vista, logró un aprendizaje significativo de una manera que ningún recurso tecnológico podría haber replicado en ese contexto.


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